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Crónica: Silencio en la Casa del Inca

Autor, texto y fotos: Iván Reyna




Incahuasi que en el habla quechua quiere decir “Casa del Inca”, es la ciudadela más importante asentada en la quebrada de Lunahuaná. A la luz de la historia, Túpac Yupanqui ordenó a sus arquitectos incas la construcción de un Nuevo Cusco basado en el plano original de la capital imperial, cuyo asentamiento le permitió reabastecer su poderío militar y conquistar los reinos de las tierras yuncas que hoy se conocen como Cañete.

La Casa del Inca fue edificada con barro y piedras. Su aspecto metalizado se debe a que el barro ha sido amasado con los granitos y cuarzos provenientes de los cerros aledaños. El monumento de 417 mil metros cuadrados se recuesta sobre el abrigo del cerro Cocharcas. Si bien el viajero siempre mira al río que baja bañando los cultivos de viñas, nísperos y guanábanas, pues en el kilómetro 30 de la carretera (Anexo de Paullo), la mirada se eleva al extremo sur para admirar lo que queda del pasado de Incahuasi.

En 1935, el ilustre diplomático cañetano, Carlos Larrabure y Correa, en una visita por Incahuasi llegó a contar 68 cuartos, que ninguno tenía puertas -pues los incas no la necesitaban por la severidad de sus leyes y la honradez de sus habitantes-, y que probablemente sirvieron como depósitos de granos, ajíes, algodón, herramientas y vestidos. Igualmente dice que habían habitaciones para los chasquis, soldados y guardianes; altares sagrados; un edificio principal para los sacrificios y fiestas celebradas en el intihuatana; entre otras composiciones que se describen en su obra “Ruinas Prehistóricas en la Provincia de Cañete”.

Sin embargo, su absoluta soledad nos habla de una vieja historia de desidia cultural, en el que se ha permitido incluso la explotación de minerales en su interior. Si bien ha recibido algunos trabajos arqueológicos como los de de John Hyslop, y mucho antes de Harth-Terré; también se anuncia que la Dirección de Turismo del Gobierno Regional de Lima concluye el Perfil Técnico para que la arqueóloga Ruth Shady empiece con la Puesta en Valor, mientras la Municipalidad de Lunahuaná se encargará de supervisar los trabajos de investigación científica y de conservación del sitio.

Un detalle a tener en cuenta, es que esta réplica cusqueña tiene la respuesta a los escritos de Guillermo Prescott (1874), cuando dice que “los pueblos conquistados del Perú por los españoles desconocían en absoluto el uso de la columna”; y también a Charles Wiener (1880), quien afirma que “jamás se han visto columnas en el Perú”. Y lo que más abunda en Incahuasi son precisamente las columnas que seguramente sirvieron para sostener los techos. Cierto es que son muy pocas las reportadas en el Perú antiguo, pero las hay, y aquí está la mejor prueba que aclaran las erróneas conclusiones que arribaron los mencionados tratadistas extranjeros.

En lo que sí han coincidido los más reputados historiadores, es que Pachacútec, el noveno emperador de los Incas, en 1438 envió a su hijo Túpac Yupanqui conquistar las fértiles tierras frente al Pacífico. El cronista español, Pedro Cieza de León, dice que los cusqueños movilizaron 120 mil hombres para doblegar la resistencia del cacique Chuquimancu quien al mando de 40 mil yuncas, tuvo que rendirse al imperio de los incas después de cuatro años de lucha. Entonces el Chuquimancu y sus rebeldes fueron colgados de los árboles y sentenciados a la pena del Guarco, que en quechua deriva del vocablo guarcona (ahorcadura) y guarcuy (ahorcar). Así el valle tomó el nombre de Guarco, y casi 100 años más tarde, con la llegada de los conquistadores españoles cambia a Villa de “Santa María” de Cañete, y hoy simplemente Cañete.

Para agregar un dato más a esta historia, el inventor Raúl Cánepa, el operador Ramón, y los nuevos policías de turismo de Lunahuaná, nos comentaron la existencia de una caverna que se profundiza unos 20 metros al vientre del “Cerro Hueco” ubicada al pie de Incahuasi. Se cree que los incas la usaron como cárcel, y mucho antes habría servido como abrigo al hombre prehistórico. Y pese a que los vecinos no frecuentan la cueva por creencias supersticiosas, sí lo hacen los viajeros que caminan por esta ruta trazada en sus inicios por los llamados Hijos del Sol. Así es la historia que se escribe en silencio, pero sería bueno que las autoridades se comprometan de verdad con el ilustre pasado de Cañete.

Autor, texto y fotos: Iván Reyna

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